La idea no surge de la nada.
Llevo tiempo rastreándola y su rastro me conduce lejos, muy lejos, muy atrás en el tiempo. Probablemente se fue forjando en mi mente desde las lecturas de mi niñez, de la mano de Julio Verne, de Emilio Salgari, de Henry de Monfreid, inolvidables… Siguiendo su huella no tardo en descubrir que esa misma idea marca mis primeros pasos de adulto precoz y me permite escabullirme de un hogar asfixiante y de un padre autoritario, en aquella época católico ultra ortodoxo, psico rígido, siempre listo a blandir su duro cinto de cuero para aplicar sus castigos marcando mis carnes a latigazos. Y es así, huyendo de aquellas tristes circunstancias, que comienza mi andar de adulto precoz y que con catorce años me embarco como pinche de cocina a bordo de la motonave Caroline, un viejo mercante construido en Alemania a finales de los años treinta del siglo pasado como transporte de tropas y pertrechos militares para la guerra que se avecinaba, pero que por aquel entonces, cuando yo me embarqué en él, ya batía pabellón chipriota y se dedicaba a menesteres menos bélicos. Pues de ahí –¿de dónde si no?– debió de surgir la idea…


Más adelante otros autores me fueron llenando la cabeza de sueños; en desorden, Joshua Slocum, Bernard Moitessier, Vito Dumas… Chichester y Knox-Johnston no creo que hayan dejado mucho por escrito, como tampoco lo hizo Eric Tabarly, con quién tuve la ocasión de navegar una vez a bordo del cotre clásico Jolie Brise en la bahía de Brest, pero sus hazañas también me marcaron profundamente…
Un día, de repente, como quién no quiere la cosa, una nueva serie de condicionantes totalmente fortuitos precipitaron la idea y la cristalizaron dándole forma física, cabida en lo espacio-temporal. Y es así como empieza a concretarse, a partir de 2017, el Proyecto Kif Kif, que toma su nombre de un velero de plástico encontrado en Internet y negociado a muy buen precio. Se trata de un modesto ingenio flotante de fibra de vidrio y resina de diez metros de eslora y dos metros setenta y nueve centímetros de manga, construido en 1972 en unos astilleros de Devon, Inglaterra, tirado de unos planos del conocido arquitecto holandés Ericus Gerhardus Van de Stadt y que ostenta el rimbombante nombre de serie Seacracker 33.

Más elementos que conforman la idea.
Durante los más de cincuenta años que llevo navegando, con toda seguridad he sumado algunos miles de millas náuticas a mi estela. Tal vez esa suma daría varias vueltas al planeta. ¿Cinco…? ¿Más…? ¿Menos…? ¡Qué importa! La realidad es que jamás he navegado el océano Índico; jamás le he dado una sola vuelta completa al planeta y creo que ya va siendo hora de remediarlo. A mi edad, dejarlo para más tarde sería dejarlo para nunca, y nunca ya es demasiado tarde.
