De Bretaña a Baleares…

Prehistoria de una adquisición.

Creo que fue en La Taberna del Puerto –un sugestivo foro de Internet para gente interesada en lo relacionado con la navegación de recreo– que comencé a escribir sobre la adquisición de Kif Kif. Recuerdo que empecé hablando del mono que tenía de navegar a vela y de lo poco que lo mitigaba el esporádico traslado de algún que otro velero entre el continente y las islas.

2 de abril de 2017, anochecer sobre el golfo de Vizcaya, poco después de zarpar de Les Sables d’Olonne (Francia) a bordo de un catamarán para su traslado a Valencia (España).

Recuerdo también que comenté en aquel foro que nuestro último barco lo vendimos en Shelter Bay Marina (Panamá) por un simbólico euro a los hijos de un amigo nuestro que tenían la intención de viajar a Tahiti (Polinesia francesa). Nosotros ya no podíamos seguir enfrentando los gastos que suponía reparar a repetición el viejo motor Renault Diesel de 75 caballos, marinizado por Vetus en los años ochenta del siglo pasado, que propulsaba las quince toneladas de peso del Tchao Tchao; las velas que se iban deshaciendo con solo mirarlas; el óxido que ganaba poco a poco cada centímetro cuadrado de los 38 pies de eslora que tenía el casco de acero del barco… Mis titulaciones profesionales caducaban una tras otra. Las deudas amenazaban con sumergirnos en un naufragio peor que la peor pesadilla náutica. La situación era del todo insostenible. (Quien sienta curiosidad por ver qué hacía Tchao Tchao en aquella época puede viajar virtualmente al pasado pinchando aquí. Quien lo haga se encontrará con algunos de nuestros recuerdos…)

Tras separarnos de Tchao Tchao aquel frío invierno 2011/2012, tomamos la difícil decisión de volver a Europa. Mi compañera se fue al sur de Francia, a cuidar de su madre recién viuda –saludo póstumo a Serge desde aquí, que la tierra le sea leve– mientras yo me encerré de prestado en el altillo del edificio de una comunidad de artistas, en Alemania, para darle forma al relato de aquellos años pasados transportando mochileros entre Panamá y Colombia a bordo de nuestro barco. Una vez terminado ese trabajo, cuyo resultado, escrito en francés, ya no puede verse en Amazon (por razones de solidaridad de clase con la lucha de los trabajadores de esa multinacional), volví a Baleares, en donde conseguí hacer algunas semanas de charter de subsistencia. El invierno 2012/2013 tampoco fue fácil, viviendo de okupa en los barcos de charter mientras intentaba en vano traducir al castellano “Les hirondelles:  la course aux globetrotteurs dans la Caraïbe”, y actualizaba con éxito mis titulaciones profesionales. A fines de aquella temporada 2013, en Mallorca, encontré este trabajo del que espero jubilarme pronto, pero en el que, por el momento, seguimos cumpliendo Muriel y yo.

La compra de Kif Kif, antecedentes…

Con las deudas pagadas y algunos ahorros en el bolsillo, el anuncio de Internet que despertó mi curiosidad describía un barco listo para largas navegaciones oceánicas, puesto en el mercado de ocasión a buen precio por “imperativo familiar”.

En uno de nuestros primeros contactos telefónicos previos a nuestro viaje a Paimpol (Francia) para ver el barco, el entonces todavía armador de Kif Kif me explicó que su novia estaba embarazada, lo que le obligaba a un drástico cambio de planes. El segundo motivo que me dio el joven instructor de la conocida escuela de vela de Glenans para justificar el interesante precio de venta de su barco era su armamento, de lo más básico, esgrimiendo como razón principal su enfoque radicalmente purista de la navegación a vela: nada de ayudas electrónicas, apenas una VHF –por ser obligatoria– y una radiobaliza de seguridad. Mi joven vendedor me contó que aborrecía la facilidad de lo moderno y que planeaba realizar todas sus navegaciones por medios tradicionales, con un sextante de plástico y los pesados volúmenes en papel de las efemérides náuticas guardados en un cofre, todo ello muy loable aunque poco práctico.

La compra de Kif Kif, el regateo.

En febrero de 2018, como ya comenté, volamos mi compañera y yo a Paimpol (Francia) para descubrir que el armador se había ido de viaje a Colombia, delegando la venta del barco a sus padres y las llaves del mismo a un amigo suyo que vivía a bordo de otro velero en el mismo puerto y que periódicamente encendía el motor y aireaba los interiores.

Vista del puerto de Paimpol en febrero de 2018 desde las ventanas del hospedaje alquilado para tres noches durante nuestra primera visita al Kif Kif.

Ya desde el pantalán descubrí la primera contradicción entre el discurso radical del joven vendedor y la realidad en forma de una antena GPS Furuno instalada en el balcón de popa del velero. Minutos después, escudriñando a conciencia cada rincón del barco, surgió ante mis ojos, en la mesa de cartas, otro GPS, un GPS a pilas Magellan de respeto. Sin embargo, en ninguna parte encontré sextante alguno ni rastro de efemérides náuticas… Mi cerebro anotaba cada detalle y lo iba deduciendo del precio inicial anunciado por el vendedor, que su padre insistía en que no era negociable. No obstante, mentalmente yo iba haciendo mis cálculos…

Cerca de l’Arcouest, Ploubazlanec, Côtes d’Armor, febrero de 2018.
Detalle de los interiores enmohecidos de Kif Kif en el momento del regateo del precio.
La base del palo oxidada.
Detalle de la fijación de los candeleros del balcón de proa.
Cenando con Muriel en uno de los acogedores restaurantes del puerto de Paimpol.
El somero cableado eléctrico…
Tad festejando la adquisición con cara seria, abrumado por las dudas. Foto tomada por Muriel.
Kif Kif en el varadero de Paimpol, en donde esperará hasta que podamos ir a buscarlo.

Fueron cuatro días de intensas negociaciones, puntuados por alguna excursión a los alrededores de Paimpol bajo la típica llovizna bretona. Los padres del joven instructor de vela eran una pareja simpática, sencilla; él, maestro de escuela y ella, trabajadora social. Les invitamos a comer en una crepería cercana y allí nos hablaron de su hijo largo y tendido, de las inquietudes que les producía su comportamiento errático y sus inverosímiles proyectos. No existía ninguna novia embarazada en ninguna parte, tan solo un estruendoso fracaso cuatro meses antes cuando zarpaba hacia el Caribe en compañía de una joven, que ellos no conocían, a bordo de su recién comprado velero… La verdad es que no entiendo cómo pudo haberle ocurrido algo así a un curtido instructor de vela de la famosa escuela de navegación de Glenans. ¿No estudió las previsiones meteorológicas? ¿No calculó las corrientes de marea? ¿Qué prisa tenía en zarpar así como lo hizo, sin preparación alguna? El caso es que fuertes vientos contrarios y mala mar en la costa norte de Bretaña le disuadieron de su empeño, haciéndole aparentemente descubrir que la vela no era lo suyo. Dio media vuelta y regresó al puerto en donde la joven que lo acompañaba se despidió de él para siempre. Triste final de un sueño…

Los padres del muchacho nos comentaron que ellos no podían tomar ninguna decisión con respecto a la venta del velero y los contactos con el joven instructor de vela eran difíciles, primero por e-mail, luego por teléfono, de noche para salvar la diferencia horaria… Pero poco a poco fui bajándole el precio, señalándole implacable cada detalle, el moho tóxico de los mamparos, el óxido del pie del mástil, la nevera rota, el cableado eléctrico desnudo, los bornes de las baterías sulfatados, el olor a rancio de los cojines… Desde la selva colombiana buscando piedras preciosas o desde donde fuera que estaba, él me rebatía con sus argumentos, que si el piloto de viento en perfecto estado, que si el motor Yanmar con tan solo 1.800 horas, que si las siete velas casi nuevas, incluyendo el spinnaker, y yo le rebatía con los silent-blocks del Yanmar, rotos, el filtro de aire del motor, inexistente… Y seguía bajándole el precio hasta que la madre que hay en el corazón de mi compañera me dijo “¡basta ya Tad, págale lo que pide y acabemos de una vez!” y dejé de presionar a la baja, aceptando a regañadientes la última cifra negociada, convencido de que todavía hubiera podido bajar en unos dos mil euros más el precio final, que es lo que finalmente había pagado él unos meses antes en Holanda por el barco. Pero bueno, lo habíamos conseguido, yo ya no sería un sin techo en el futuro…

Apenas nos quedaba ya tiempo, aquel mes de febrero de 2018, para firmar el contrato de compra-venta, hacer la transferencia de los dineros, acudir a capitanía y a las oficinas de los Affaires Maritimes para registrar la compra de Kif Kif a nuestro nombre, y, dejándolo en varadero con instrucciones concretas de limpiarlo y sanearlo, salir disparados de regreso a Baleares en donde el trabajo reclamaba impaciente nuestra presencia… Si todo iba bien, tal vez durante el mes de julio tuviéramos las tres semanas que calculaba que necesitaríamos para trasladar el velero navegando desde Paimpol hasta Palma, en la isla de Mallorca…

En la siguiente carta náutica se puede ver la ruta estimada (línea morada) que pensábamos realizar durante las tres semanas de vacaciones que todavía habríamos de negociar con el armador del yate a bordo del cual trabajábamos (y seguimos trabajando aún hoy, día en que escribo estas líneas, 3 de noviembre de 2022). Si consiguiéramos esas tres semanas de vacaciones, si las condiciones meteorológicas nos fueran favorables, si los astros se alinearan y nos sonriera la buena suerte, aún así tendríamos que hacer la singladura con solo dos escalas, sin perder ni un segundo de tiempo… Si…, si…, si todo fuera bien, claro… Muchos, muchos “síes”, demasiados condicionantes… Brrr…!

(Cortesía de Navionics Inc.)

De Paimpol a Palma, las mareas.

Como seguramente ya sabréis todas y todos, el Puerto de Paimpol está situado al norte de la Bretaña, a unas cien millas náuticas al este de lo que podríamos considerar como la entrada del Canal de la Mancha, siendo esta una línea imaginaria tendida entre la isla de Ouessant, la más occidental de Francia continental, y Bishop Rock, la más occidental del archipiélago de las Scilly, al suroeste de Inglaterra. En toda esa zona, las mareas y sus corrientes son fenómenos determinantes para la navegación. Las esclusas del puerto de Paimpol, por ejemplo, suelen abrirse dos horas y media antes de la pleamar y vuelven a cerrarse dos horas y media después de la pleamar. Durante las horas de bajamar, cuando las esclusas permanecen cerradas para que el agua no salga del puerto y los barcos que se encuentran en él puedan seguir flotando, más allá del puerto, la mar se retira varias millas náuticas, dejando toda la zona en seco hasta que la marea vuelve a subir. Para quién nunca lo haya visto, el espectáculo es sobrecogedor, majestuoso. Sucede cada día, dos veces al día, y es gratuito, basta con estar allí.

Pinchando sobre la carta, esta se abre y se puede estudiar con detenimiento la salida del puerto de Paimpol. Las zonas coloreadas en verde se cubren de agua en marea alta y quedan secas en marea baja. La línea morada indica el camino que siguió Kif Kif rumbo a la salida del Canal de la Mancha, unas cien millas más al oeste. Los puntos “cero” y “uno” de la línea morada a la salida del puerto de Paimpol indican la zona que queda totalmente seca en bajamar, unas 2,2 millas náuticas, lo que equivale a poco más de cuatro kilómetros. (Cortesía de Navionics Inc.)

Las esclusas del puerto de Paimpol cerradas, reteniendo el agua del puerto para que los barcos se mantengan a flote. Foto tomada por el autor en febrero de 2018.

De Paimpol a Palma, el zarpe.

A pesar de los trabajos de puesta a son de mar de Kif Kif, la tripulación nunca perdió de vista la necesidad de cuidarse. En esta imagen del domingo 8 de julio de 2018 (foto del autor) se puede ver a Muriel homenajeando con gran ímpetu la excelente cocina “paimpolesa”.

Primera página del cuaderno de bitácora del Kif Kif. Pinchando en la imagen se podrá ver el detalle.

Muriel a la caña de Kif Kif poco después del zarpe de Paimpol, el martes 10 de julio de 2018 a las 06:40 horas (LT). Acababa de amanecer.

Foque nº 2 y un rizo en la mayor, navegando con buen andar hacia el sudoeste, ya por el mar Celta –”la mer d’iroise” en francés–, tras haber dejado por la popa el Canal de la Mancha. Foto tomadaa las 10:24 (LT) del miércoles 11 de julio de 2018. De las anotaciones del cuaderno de bitácora se puede inferir que la velocidad de Kif Kif en ese momento andaba alrededor de los seis nudos.

No me demoraré aquí en describir al detalle lo que fueron las dos largas jornadas de trabajo previas al zarpe. La puesta a son de mar de un velero es una labor minuciosa, que lleva su tiempo, pero nosotros nos encontrábamos disputando una carrera contra-reloj, ya que solo disponíamos de tres semanas antes de reintegrar nuestro puesto de trabajo a bordo del cual, todavía hoy, 3 de noviembre de 2022, seguimos siendo tripulación. ¡Ya tendríamos tiempo –nos decíamos en aquel momento– de ir haciendo por el camino lo que nos faltara por hacer! El barco flotaba en sus líneas, que era –y sigue siendo– lo más importante, y las velas estaban listas para ser izadas.

Así, aproximadamente cincuenta y cuatro horas después de haber llegado a bordo, el martes 10 de julio de 2018, a las 04:37, a punto ya de abrirse las esclusas del puerto y despuntando el alba, pusimos en marcha el motor, desconectamos la toma de agua y la energía eléctrica del puerto, y largamos amarras.

He de confesar que desde antes de negociar con el Jefe nuestras tres semanas de vacaciones para trasladar al Kif Kif, tenía muy claros los horarios y los coeficientes de marea, los movimientos de las masas de agua, su velocidad y dirección, y justamente el mes de julio era el que mejor se ajustaba a nuestros planes de navegación. Lo único que no podía controlar en aquel momento era el humor del tiempo, el movimiento de las grandes masas de aire en la atmósfera, los caprichos de la meteorología. Finalmente, se acordó que tomaríamos nuestras tres semanas de vacaciones desde el sábado día 7 de julio hasta el viernes día 27 de julio, ambos inclusive. Podéis imaginaros con qué frecuencia me bajaba los mapas sinópticos del Atlántico norte las semanas y los días previos al viaje; con cuanta atención estudiaba el apenas perceptible latido del anticiclón de las Azores, hinchándose y deshinchándose; con qué frenética obsesión seguía el movimiento de los frentes…

El calendario marcado, la suerte estaba echada y ya no había vuelta atrás. Las hojas vírgenes del cuaderno de bitácora, a medida que fueran reflejando el transcurrir de la singladura, serían testigos de la amplitud del error cometido…, o del acierto. ¡Pronto lo veremos!

De Paimpol a Palma, saliendo del Canal de la Mancha.

La veleta del Cap Horn, nuestro fiel piloto de viento, manteniendo siempre el mismo ángulo con la brisa que se le ha dado al trimarlo.

Detalle de los reenvíos del piloto de viento a la caña.

En la carta náutica pueden apreciarse los detalles de la zona, con la mítica isla de Ouessant prácticamente al centro de la imagen. (Cortesía de Navionics Inc.)

La Jument (yegua en castellano) de Ouessant, el mítico faro de entrada al Canal de Fromveur, visto por el fotógrafo Jean Guichard, quien le dio fama mundial. A no confundir con el faro de Chréac’h mencionado en el texto. Pinchando sobre la imagen se accede a una breve historia del faro y a las sobrecogedoras imágenes que realizó Jean Guichard y que dieron la vuelta al mundo, haciendo de paso también famoso al farero, Monsieur Théodore Malgorn, que aparece en una secuencia de tomas al pie del faro, con las manos en los bolsillos, a punto ser engullido por una ola similar a la que se aprecia en la foto.

Resumiendo, pues los detalles de la navegación, los ritmos de las guardias, las averías y demás avatares de la vida abordo los podréis descubrir vosotres mismes descifrando las notas –íntegras– del cuaderno de bitácora de Kif Kif pinchando aquí, pues yo me limitaré en estas líneas a describir las generalidades del viaje, los incidentes mayores, los momentos más o menos fuertes de la singladura.

Sin duda, uno de los momentos fuertes de todo el viaje fue la salida del Canal de la Mancha. Tras haber dejado por la popa las esclusas del puerto de Paimpol, pronto nos encontramos navegando a ocho nudos en una mar plana, sin la menor brisa, propulsados probablemente a cinco nudos por el esfuerzo ronroneante del motor, un Yanmar de 20 caballos, mientras que los tres nudos restantes se los debíamos a los efectos benéficos de la corriente de marea.

Pasadas las siete y media de la mañana de aquel martes (ni te cases ni te embarques, pero nosotros ya habíamos embarcado el sábado), es decir, a penas tres horas después de haber largado amarras, virábamos hacia el oeste, al norte de la baliza cardinal norte La Jument que indica las aguas someras y los bajos de los Héaux de Bréhat. En esos momentos entrábamos de lleno en la parte meridional del Canal de la Mancha, todavía apoyados por la corriente de marea que nos seguía siendo favorable.

Seguimos aprovechando las corrientes favorables durante varias horas, cruzando entre el archipiélago de las Triagoz y el pueblo pescador de Trebeurden a más de siete nudos, apoyados por el motor, hasta que poco a poco nuestra velocidad decayó y empezamos a sentir los efectos de las corrientes de marea contrarias. Alrededor de las dos de la tarde, frente al faro de la isla de Batz que permanecía insistentemente en la misma derrota, incluso por momentos dándonos la impresión de estar andando hacia atrás, nuestro velero a duras penas conseguía mantener los tres nudos de velocidad sobre el fondo, el motor ronroneando impasible a dos mil doscientas vueltas.

Recién a eso de las nueve de la noche pudimos por fin darle un poco de descanso al Yanmar. Nos encontrábamos a unas quince millas náuticas al norte nordeste de la isla de Ouessant, a falta todavía de unas diez millas para cruzar la línea imaginaria que daría por concluida nuestra salida del Canal de la Mancha, y las corrientes volvían a sernos favorables, al tiempo que se establecía una brisa de sur que nos permitía navegar en una ceñida abierta hacia el golfo de Vizcaya, rodeando Ouessant por el norte, cuyo faro nos serviría de referencia durante toda la noche.

El faro de la isla de Ouessant, le Créac’h, con sus dos destellos blancos cada diez segundos y un alcance de treinta millas náuticas, indica, a las decenas de miles de barcos que anualmente transitan por el dispositivo de separación del tráfico marítimo (DST), el límite entre el Canal de la Mancha y el Océano Atlántico. Nosotros lo cruzamos a bordo de Kif Kif alrededor de medianoche, poniendo inmediatamente rumbo sur suroeste, dirección A Coruña (La Coruña, Galicia, España).

De Paimpol a Palma; de Ouessant a La Coruña: el golfo de Vizcaya.

Foque nº 2 y mayor rizada en la clásica configuración “orejas de burro”.

Controlando el trimado de las velas.

Una bien merecida cerveza para intentar borrar de la boca el sabor del gasóleo tras haber pasado unas cuantas horas metido en el motor…

Muriel sufriendo la esclavitud de la caña con gesto adusto cuando, por falta de viento, el Cap Horn se niega a seguir gobernando el barco y hay que arrancar el Yanmar.

El cabo Ortegal por la proa significa que el cruce del golfo de Vizcaya está llegando a su fin en esta brumosa mañana del sábado 14 de julio de 2018.

Kif Kif amarrado al muelle del Reial Club Náutico de A Coruña en donde habrá de esperar hasta el lunes 16 de julio de 2018 antes de poder comenzar con las reparaciones del tubo de escape del motor.

Carta náutica que abarca la costa de Galicia desde el cabo Ortegal hasta A Coruña. (Cortesía de Navionics Inc.)

Mar abierto. La inmensidad del océano ante nosotros, mientras los destellos del faro de Chréac’h van perdiéndose a lo lejos en la noche estrellada. La mayor gualdrapea fláccida al ritmo del vaivén del barco en la calma chicha; mientras, el Yanmar continúa inmutable haciendo su trabajo, ronroneando imperturbable hasta que, de repente, tose, carraspea, vuelve a ronronear y se para definitivamente. ¡No puede ser que haya cometido un error en mis cálculos y el consumo del motor sea mayor del esperado! Relleno los tanques con el gasóleo de los bidones amarrados en cubierta, purgo el circuito y lanzo el arranque. Son casi las tres de la madrugada del viernes 13 de julio. El motor tose, carraspea, ronronea unos segundos y vuelve a pararse… ¿Será el filtro que se haya obstruido? ¡Menos mal que llevo de recambio! Sustituyo los dos filtros usados, tanto el primario como el del motor, por dos filtros nuevos, y vuelvo a purgar el circuito, pero hay algo que no me convence del todo. En primer lugar, los dos filtros usados parecen estar perfectamente limpios y, en segundo lugar, detecto una pequeña gota de gasóleo bajo la bomba de alimentación. El manguito está rajado justo debajo de la abrazadera. Le corto el trozo estropeado y, antes de volver a conectarlo, aspiro con fuerza de él. No es solo gasóleo lo que sale del manguito, todavía hay burbujas de aire. Desmonto todo el circuito, inspecciono cada conexión y vuelvo a montar. Las abrazaderas de salida de los dos tanques estaban sueltas; otro manguito también estaba rajado bajo otra abrazadera, a la entrada del filtro primario, pero esta vez no me dará el largo para cortarle el trozo estropeado y volver a conectarlo. Me faltarán un par de centímetros. Busco una solución, cambio manguitos de sitio, conecto, vuelvo a purgar… Le doy al arranque una vez, dos… El motor se resiste. Purgo esta vez desde la bomba inyectora e intento arrancar de nuevo. El Yanmar tose, se estremece, carraspea y arranca. A las 06:47 anoto en el cuaderno de bitácora que el motor vuelve a funcionar.

Alrededor de las cinco de la tarde entra un poco de brisa del este, lo que me permite apagar el motor y liberar a Muriel de la esclavitud de la caña, ya que sin viento, el Cap Horn no funciona, por mucho motor que haya. Hacemos una media de algo más de tres nudos, con las velas en orejas de burro, la mayor a sotavento y el foque tangoneado a barlovento. Así seguiremos toda la noche. Hacia el mediodía del viernes 13 aumenta algo la brisa y, por consiguiente, nuestra velocidad, con puntas de hasta 6,6 nudos. A media tarde vuelvo a encender el motor, esta vez sin embragarlo, solo para que el alternador nos cargue las baterías y poder poner un rato a funcionar el frío, pero he de apagarlo apenas media hora después: los reenvíos del piloto de viento han acabado cortando el tubo de escape y este vacía el agua de mar del circuito de enfriamiento en el compartimento de popa. Las baterías tendrán que esperar. Estoy aprendiendo a conocer mi barco.

A medianoche seguimos andando a vela, en orejas de burro, a más de seis nudos constantes en rumbo directo a La Coruña, con nuestro fiel amigo Cap Horn, el piloto de viento, a la caña, gobernando con precisión de cirujano el barco.

Dado que vamos a contra-reloj, inicialmente habíamos previsto saltarnos la escala de La Coruña si las condiciones meteorológicas nos lo permitían; pero, visto lo visto, teniendo que reparar sí o sí el tubo de escape del motor, no nos queda otra más que parar. Así, poco antes de las nueve de la mañana del sábado 14 de julio, a unas veinte millas náuticas del puerto de La Coruña, habiéndonos quedado prácticamente inmóviles sobre una mar plana como un espejo, vuelvo a poner en marcha el motor, achicando como buenamente puedo el agua de mar que el tubo de escape se empeña en vaciar a bordo, en el compartimento de popa. A las 13:10 está anotada en el cuaderno de bitácora nuestra arribada a los pantalanes del Reial Club Náutico de A Coruña, ese mismo sábado 14 de julio, tras algo más de cuatro días de navegación desde el puerto de Paimpol.

De sábado a lunes, estando apurado y sin poder hacer gran cosa, el fin de semana se hace largo en La Coruña. El gallego es un pueblo que sabe vivir, de eso no cabe duda, y vive muy bien, así que no tuvimos más alternativa que la de olvidar nuestras prisas y adaptarnos al ritmo y a la enjundia de la vida local, dejando para el martes, temprano por la mañana, las urgencias mecánicas que resolverían momentáneamente el problema del tubo de escape. Mientras tanto, visitamos con espíritu turista la ciudad, disfrutamos de las delicias culinarias locales; aprovechamos también para lavar la ropa y reponer víveres frescos para la próxima etapa, sin olvidarnos de descansar a pierna suelta, lejos de las preocupaciones de las guardias.

El martes hube de activarme a primera hora para encontrar un herrero que me soldara dos tubos de acero en “L”, del diámetro del tubo de escape flexible que se había dañado, para luego poder montarlo a bordo y dejar el motor funcionando. No fue tarea fácil, pero poco después de comer pude ponerme a instalar el invento en el compartimento de popa y echar a andar el Yanmar, que se puso a trabajar sin chistar con su proverbial regularidad. No quedé totalmente satisfecho con esa reparación, pues ahora sería el cubito del reenvío del Cap Horn quien rozara con trozo de acero del tubo de escape, pero no teníamos tiempo para hacer una modificación más en profundidad.

Estábamos prácticamente listos para zarpar. Sólo nos quedaba pagar el amarre, devolver las llaves de las duchas y ya podríamos desconectar la luz y el agua del muelle y largar las amarras…

De Paimpol a Palma, breve escala en La Coruña.

La plaza de María Pita y el Ayuntamiento de La Coruña.

La estatua de María Pita a espaldas del hombro derecho de una Muriel en plena forma.

Delicioso el pulpo, en una de las mejores pulperías de La Coruña.

Nunca supimos qué celebraban a bordo de esta golondrina, que entraba en fanfarria en el Reial Club Náutico de A Coruña el lunes 16 de julio de 2018 a las 20:16, hora en que fue tomada esta fotografía desde la popa de Kif Kif…

De Paimpol a Palma; singladura entre dos escalas.

Carta náutica del puerto de La Coruña y de la entrada de la ría que lleva su mismo nombre. En Punta Galera se encuentra el faro más antiguo del mundo, la Torre de Hércules, patrimonio de la humanidad. (Cortesía de Navionics Inc.)

Dejamos por babor el castillo de San Antón en dirección a la salida de la ría de La Coruña el martes 17 de julio de 2018.

En aproximación al cabo Villano el miércoles 18 de julio de 2018.

De vez en cuando algún delfín distraído pasaba cerca de Kif Kif sin ni siquiera mirarnos, como si no existiéramos…

Por fin el jueves 19 por la tarde podemos izar el spinnaker, mejorando un poco nuestro andar.

Bajo spinnaker, el Cap Horn sigue gobernando con precisión y sin consumir ni un Watt de energía eléctrica.

Muriel disfruta indolente de un rato de “dolce far niente” en la proa de Kif Kif, bajo el spinnaker, confortablemente instalada sobre el foque nº 2, mientras el Cap Horn mantiene el rumbo con su acostumbrada precisión.

La proa amenazadora de un mercante, avanzando a toda máquina hacia nosotros, se perfila al horizonte.

Tras el contacto radio, el mercante modifica su rumbo para pasar a una distancia prudencial de nosotros. Por la VHF nos confirma que no somos visibles en su radar. La decisión de equipar al Kif Kif de un AIS (Automatic Identification System) se perfila…

Esta vez, la manada de jóvenes delfines se acerca curiosa y juguetona a nuestra proa. Todavía no se hablaba de las interacciones de las orcas con los timones de los veleros…

Muriel, relajada, de guardia, mientras Cap Horn trabaja en silencio para mantener el rumbo del velero. Por la popa se aprecia la fuerte marejada…

Amanecer en la bahía de Cádix…

A motor, el piloto de viento no funciona. Muriel a la caña, manteniendo el rumbo como una campeona, que lo es. Tras ella se puede observar la veleta del Cap Horn, inútil, casi a la horizontal.

Carta náutica del cabo San Vicente a Gibraltar (cortesía de Navionics Inc.)

Puerto de Gibraltar, Marina Bay. (Carta náutica cortesía de Navionics Inc.)

Ese mismo martes 17 de julio de 2018, a las 19:33 pusimos en marcha el motor, desconectamos la luz y el agua del muelle y largamos amarras. Pronto dejamos atrás el Castillo de San Antón y viramos hacia el norte el molo de abrigo. La previsión meteorológica nos daba brisas de norte fuerza tres a cuatro, así que tuvimos el viento de cara para salir de la ría. Tiramos unos cuantos bordos de ceñida, apoyados por el motor, hasta que pudimos virar enfilando hacia Punta Galera. A las 21:00 apagué el motor, y con dos rizos en la mayor y el foque nº 2 nos dejamos propulsar a poco más de 5 nudos por los 17 nudos de la brisa de norte que nos acompañaba. Pronto dejamos de ver los cinco destellos blancos cada veinticinco segundos del faro de la Torre de Hércules, patrimonio de la humanidad por ser el faro más antiguo del mundo todavía en funcionamiento y el único faro romano que queda en pie.

A las 03:25 del miércoles 18 de julio anoto en el cuaderno de bitácora que pasamos a la cuadra del puerto de Corme, en la ría de Corme y Laje, abrigo que me trae gratos recuerdos y cuya memoria honro desde aquí. Más tarde, a la cuadra del cabo Villano, nos quedamos sin viento y hube de arrancar nuevamente el motor. Y así, apagando y encendiendo el motor, trasluchando una y otra vez en la brisa que no tardaba en volver a desaparecer obligándonos a encender nuevamente el Yanmar, fuimos avanzando lentamente hacia el sur, a ratos buscando el viento algo más al oeste, alejándonos progresivamente de la costa que en esa zona se inclina hacia el este. Lo peor de las calmas, y de tener que avanzar a motor, es la imposibilidad de usar el piloto de viento, de estar obligado a mantener el rumbo caña en mano durante horas.

La noche del miércoles al jueves nos acompañó una persistente llovizna que hacía muy desagradables las guardias a la caña cuando la brisa se desvanecía por completo.

No será hasta después de comer, el jueves 19 de julio, que me animo a izar el spinnaker para aprovechar al máximo la brisa de norte que parece querer volver a instalarse. El Cap Horn, una vez más, nos libera de la esclavitud de la caña, permitiéndonos vagar a otras ocupaciones, como leer, relajarse en la proa sobre el foque nº 2, o incluso preparar la cena.

A medianoche el viento arrecia, siempre de sector norte. Tomamos el tercer rizo en la mayor y mantenemos el foque nº 2. El viento de norte sigue subiendo en intensidad y hacia las dos de la madrugada del viernes 20 de julio ya sopla a más de veinticinco nudos. Kif Kif navega a más de ocho nudos sobre una mar que pasa de fuerte marejada a gruesa. Dos poleas de la maniobra de retenida de la mayor saltan en pedazos. Poco antes de despuntar el alba arrío la mayor. Luego el foque. A las ocho de la mañana navegamos a una velocidad de cuatro nudos, a palo seco. El cielo amanece despejado, sin una nube.

A fuerza de salir hacia el oeste en busca de viento, ahora que lo hemos encontrado, a más de cincuenta millas de la costa portuguesa, nos hallamos en plena ruta de los mercantes que bajan hacia Gibraltar o hacia África. Esos monstruos de metal, cargados con cientos de toneladas de mercancía, no pueden vernos en esa mar formada. Pronto envío el foque nº 3, para ser más maniobrable y poder así evitar una eventual amenaza de colisión. Por VHF contacto con los cargueros cuyo rumbo pasa por encima nuestro. Me confirman que no nos ven en su radar, y solo cuando se acercan a nosotros nos distinguen entre las olas y modifican su rumbo.

Por la tarde ponemos algo de este en nuestro rumbo sur, haciendo este sur este para alejarnos de la ruta de los mercantes y de la fuerte marejada que nos maltrata. A eso de las ocho de la tarde avistamos por la proa, a lo lejos, las islas Berlangas y el cabo Carvoeiro, a unas cuarenta millas náuticas al norte de Lisboa. Aprovecho para encender el motor y cargar baterías. Poco antes de medianoche vuelve a apagarse, solito. Descubro que pierde por el filtro primario. Arreglo el entuerto y vuelve a andar, pero como seguimos teniendo algo de viento y las baterías ya están cargadas, lo dejamos descansar. Periódicamente he de acortar el cabo de reenvío del Cap Horn. El constante roce del cabo sobre la pieza de acero del escape que instalé en La Coruña acaba por cortarlo al cabo de unas horas. Tomo nota. La lista ya es bastante larga y no para de crecer. Forma parte del aprendizaje, estamos empezando a conocernos, Kif Kif y yo.

El sábado 21 de julio de 2018, a las 07:05, Muriel anota en el cuaderno de bitácora “Pasamos Lisboa, Estoril. Sin mucho tráfico“. El andar del barco es de cinco nudos, velocidad que mejoraremos hasta los casi seis nudos durante el día.

Son las 04:25 del domingo 22 de julio cuando trasluchamos al sur sur oeste del cabo San Vicente, en la punta sur occidental del continente Europeo, al extremo sur del Algarve portugués, y ponemos rumbo directo al Estrecho de Gibraltar. La decisión de hacer una escala en ese paraíso fiscal, dependiente de la corona inglesa, nos la dicta la necesidad de poder sustituir al Cap Horn por un piloto automático cuando el viento cae, y en esa colonia británica, con toda seguridad, encontraremos lo que necesitamos y a muy buen precio. Por otra parte, aún disponemos de un corto margen de tiempo, y una breve escala no nos vendrá nada mal para disipar un poco la humedad del barco, aunque hemos aprovechado toda la tarde del domingo bajo spinnaker para secar al sol sábanas, ropa y cojines.

Entre el domingo 22 y el lunes 23 de julio vamos alternando la navegación a vela y a motor, en ocasiones este último apoyando a las primeras, aunque, la verdad sea dicha, desde que pasamos a la cuadra de Cádiz a eso de la medianoche, el viento desapareció por completo y no volvió hasta el lunes, ya bien entrada la mañana, para volver a desaparecer algo más tarde…

A la falta de viento, en nuestra aproximación al Estrecho tenemos que añadir las corrientes de marea contrarias que disminuían considerablemente nuestro andar y no nos permitieron hacer más de tres nudos entre el cabo Trafalgar y Tarifa.

Por fin, a las 02:15 del martes 24 de julio, entramos oficialmente al mar Mediterráneo tras haber doblado punta Carnero, poniendo rumbo al puerto de Gibraltar, en donde amarramos Kif Kif a los muelles de Marina Bay a las 03:35. Agotados, nos echamos a dormir sin ni siquiera conectar la electricidad al muelle…

Dormimos a puño cerrado unas cuatro horas, pero a las ocho de la mañana de ese martes 24 de julio de 2018 ya estábamos en las vetustas duchas de Marina Bay, preparándonos para hacer una pequeña incursión a la civilización, una civilización con acento llanito, llanito e inglés.

La primera adquisición fue el piloto automático, un Raymarine ST 2000, que me puse inmediatamente a instalar a bordo mientras Muriel se encargaba de actualizar los víveres frescos. Luego volvimos a salir, pero esta vez en modo paseo, más relajados, nos compramos unas gafas de sol y nos regalamos con una comida inglesa en un restaurán típicamente inglés, ¿o fue la cena? Sí, creo que sí, que fue la cena, porque anduve trasteando bastante con las conexiones del Raymarine antes de tenerlo funcionando correctamente.

Y nos fuimos a dormir, que al día siguiente habíamos de zarpar temprano, acercarnos a la gasolinera, cargar gasóleo y poner rumbo al Mediterráneo, a Baleares, a casa…, que ya se nos estaba haciendo tarde…

De Paimpol a Palma, brevísima escala en Gibraltar (UK).

El peñón de Gibraltar visto desde Kif Kif.

Parece desangelado Kif Kif, ahí solito, amarrado a uno de los muelles de Marina Bay, con la pista del aeropuerto de Gibraltar visible del otro lado del canal.

Sí, debía de ser la cena… muy a lo inglés, muy a lo “British”…

Un avión de EasyJet por la proa de Kif Kif, tomando posición para el despegue, el miércoles 25 de julio de 2018, a eso de las diez de la mañana.

De Paimpol a Palma, la última tirada.

Carta náutica del Mediterráneo occidental, desde Gibraltar hasta Mallorca, cortesía de Navionics Inc.

Muriel observando el comportamiento de Kif Kif a más de 10 nudos, siendo gobernado por el Cap Horn, con el peñón de Gibraltar por la popa.

En primer plano el flamante nuevo piloto automático Raymarine ST 2000 haciendo su trabajo.

A lo lejos, el inconfundible cabo de Gata.

Atardecer en el Mediterráneo occidental, con “OTTO” a la caña…

El cabo de Palos y las Hormigas…

Amanecer sobre el Freu Grande, entre Formentera e Ibiza. Foto tomada el sábado 28 de julio de 2018 a las 07:06 desde el puente de Kif Kif.

En la bahía de Palma, con la silueta de un precioso clásico con todo el trapo fuera a lo lejos.

Kif Kif amarrado a uno de los muelles de Marina Naviera Balear en el puerto de Palma, Mallorca, Islas Baleares.

El miércoles 25 de julio, a las diez en punto de la mañana, poníamos en marcha el motor, desconectábamos el barco del muelle y largábamos amarras en dirección a la gasolinera, en donde cargamos suficiente gasóleo como para llegar a Mallorca a motor del tirón. Más o menos a las once ya salíamos del puerto y, apenas una hora más tarde, con dos rizos en la mayor y el foque nº 2, ya andábamos a más de seis nudos. El viento, de poniente, arreciaba, y a media tarde hacíamos puntas a once nudos, seguramente ayudados por la corriente. No tardamos en tomar el tercer rizo, para equilibrar el andar del barco y aliviar un poco el trabajo del piloto automático que estrenábamos en aquella singladura. El Raymarine se portaba perfectamente, pero con viento no hay nada mejor que el Cap Horn, silencioso, de consumo cero y de una precisión que no iguala el piloto eléctrico.

Al anochecer cayó el viento por completo. Motor a 1800 vueltas. El Raymarine tomó entonces todo el protagonismo y, mucho antes de la medianoche, dejamos atrás las luces de la ciudad de Málaga.

Esas mismas condiciones se mantienen durante todo el día, jueves 26, pasando a motor, en calma chicha, el cabo de Gata, a las siete de la tarde, hora en que ponemos rumbo directo al Freu Grande de las Pitusas. La única faena que ritmaba el paso de las horas era el trasiego de gasóleo, de los bidones al tanque, para que no le faltara alimento al fiel Yanmar.

A las cinco de la madrugada del viernes 27 de julio navegábamos en una densa niebla inmóvil que a penas nos permitía distinguir el balcón de proa del Kif Kif. Un poco más tarde, exactamente a las 11:16, escribo en el cuaderno de bitácora: “Tanto avante con el cabo de Palos. Calma chicha. ¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS MURIEL!!! JE T’AIME!!! MERCI!!!” Nuestro andar era de 5,7 nudos y la mar seguía como un espejo, mientras el Raymarine hacía su trabajo con los típicos gemidos del motor eléctrico que lo potencia.

El sábado 28, a las 03.23, avistamos por proa los dos destellos blancos cada quince segundos del faro del cabo Barbaría, al sur de la isla de Formentera, que tiene un alcance de veinte millas náuticas. Estábamos arribando a las Baleares.

Alrededor de las siete de la mañana, siempre con calmas y a motor, cruzamos el Freu Grande entre la isla de Formentera y la de Ibiza; a las diez de la mañana pasábamos a la cuadra de Tago-Mago, al este de Ibiza; a las cuatro de la tarde teníamos a la vista la bahía de Palma y a las siete y media amarrábamos Kif Kif a los muelles de Marina Naviera Balear en el puerto de Palma, la capital de la isla de Mallorca. Nuestro viaje, apurados, acababa de concluir. Kif Kif estaba en casa. Misión cumplida.

Era hora de reintegrar nuestro puesto de trabajo.

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