2017, cuando caí en la cuenta…

Fue brutal. De repente, algo en lo que nunca pensaba, me saltó a los ojos. ¿De nuevo un concurso de circunstancias? La tensión alta, la próstata que crece, un mal funcionamiento cardiovascular, tres hernias discales, una enfermedad pulmonar obstructiva crónica, pocos dientes para sostener la prótesis, una ciática haciéndome renquear de vez en cuando, los sesenta cumplidos en aquel momento –de los cuales, en ese entonces, apenas diez de ellos cotizados a la Seguridad Social–, ni casa propia, ni perro que me ladre, ni nada ahorrado…

No, las cuentas no me salían aquel enero de 2017. El trabajo del que me jubilaré dentro de pocos meses, hasta no hace mucho tiempo carecía de regulación, no tenía existencia oficial. El título de Patrón Profesional de Embarcaciones de Recreo no existía antes de 2009. Antaño, el capitán de yate –mi titulación original– podía gobernar barcos de cualquier tamaño sin ninguna limitación geográfica, ya fueran a vela o a motor, sin ni siquiera estar limitado por la potencia propulsora, todo ello, sola y exclusivamente, mientras fueran barcos de recreo. Pero no podía estar declarado a la Seguridad Social. No podía legalmente cobrar por mi trabajo; tenía que hacerlo en negro, necesariamente. Creo que no hubiera podido cotizar ni como autónomo, aunque lo hubiese querido. Porque, ¿dónde hubiera cotizado? ¿En Chipre en el año 1972? ¿En Panamá? ¿En Colombia? ¿En Turquía menos de un mes? ¿En Grecia? ¿En Italia?… Tan solo en las islas francesas del Caribe coticé a la Seguridad Social algunos días de los muchos meses trabajados allí, alternando año tras año las temporadas caribeñas con las del Mediterráneo. ¿En Chile…? Sí, en Chile pensé haber cotizado los años que le trabajé a una Empresa de venta de barcos de recreo, ocupándome de su servicio técnico post venta, pero cuando hace poco fui a mirar, del total de los años trabajados solo habían cotizado algunos meses…; y lo poco que trabajé allá en la pesca artesanal de altura tampoco cotizaba… ¿En España?

Año tras año, trabajando, cada temporada, durante muchos años, sin declarar, tal y como aún todavía hoy lo hacen muchas y muchos como yo, ya sea en Baleares, en la península, en Canarias, da igual, sin declarar, al negro… porque por doquier el Estado mira para otro lado, las Empresas se desentienden del problema, los sindicatos ningunean a los asalariados de la náutica de recreo y a los clientes les sigue saliendo a cuenta pagar a sus trabajadores en dinero negro. Mientras tanto, año tras año, en la Europa del siglo XXI, decenas, tal vez cientos de mujeres y de hombres siguen saliendo a trabajar a la mar sin la menor cobertura social…

Pero, volvamos a lo nuestro… Tras aquel dramático despertar y pasados algunos meses rumiando la idea, conversándola a diario con Muriel, acabé poniéndome en contacto con el anunciante del Seacracker 33 que vi a la venta por Internet a un precio interesante: la adquisición de ese barco por poco dinero podría evitar que algún día me viera en la condición de sin techo… ni perro que me ladre. Bueno, exagero, está mi abnegada compañera, pero Muriel no quiere ni oír hablar más de barcos. Ya ha tenido bastante, dice. Y como todavía le quedan algunos años de trabajo por delante antes de poder jubilarse, prefiere proyectarse en una vida cerca de sus hijos, en tierra firme, en algún trabajo aburrido, pero con horarios decentes y un suelo que no se le mueva constantemente bajo los pies mientras sueña con una casita propia en la campiña de la Bretaña francesa… Lo achaca a la edad, pero yo sé que no es eso. Sin embargo, la entiendo perfectamente y si puedo la ayudaré a conseguir su sueño. ¡Faltaría más…!

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